Centenares de buques, la mayoría chinos, pescan de manera ilegal y sin control alguno en el límite de las aguas jurisdiccionales de los países suramericanos, para depredar los recursos ictícolas. El problema se repite cada año principalmente en el Atlántico, frente a las costas de la Patagonia argentina, y en el Pacífico, en las cercanías de las islas Galápagos ecuatorianas.
Se trata de dos centenares de buques pesqueros de distinto porte y estado. Casi todos de bandera china, aunque no faltan portugueses y españoles. Uno al lado de otro, pegados, conforman una inmensa flota; una muralla de metal que se levanta en el medio de los dos océanos. Tan distante como extravagante suena el escenario. Pero no por surrealista resulta menos preocupante.
El entuerto es así: la imaginaria línea de las 200 millas marítimas correspondientes a la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de la argentina, frente a la Patagonia; no significa ninguna barrera a respetar para cientos de pesqueros de probada ilegalidad que allí convergen entre diciembre y mayo, depredando de manera incontrolable, el calamar illex.
Aunque la reglamentación internacional exige que cada embarcación debe llevar a bordo un observador que controle la tarea de pesca, ello no sucede. Tan es así que, en el mes de mayo pasado, la Prefectura Argentina detectó al pesquero chino Hong Pu 16 pescando ilegalmente dentro de la ZEE. El operativo de madrugada, una cinematográfica persecución con disparos intimidatorios incluidos, concluyó con la detención de la embarcación que intentaba darse a la fuga hacia aguas internacionales. Capturado, fue trasladado al puerto de Bahía Blanca.
Muchos otros buques logran escapar cuando son sorprendidos. Y muchísimos más, casi todos, nunca son detectados. Fraguan sus identificaciones, interrumpen su localización geosatelital obligatoria. Nadie sabe qué pescan, ni cuánto ni dónde.
Sin control
El mecanismo continúa de la siguiente forma: embarcaciones nodrizas recorren el calamar obtenido, para luego trasladarlo, todo mezclado y sin detalle de procedencia, principalmente a puertos uruguayos y peruanos para su posterior faena y comercialización.
Esas mismas flotas temerarias, llegado el invierno austral, cruzan el Estrecho de Magallanes y navegan hacia el Pacífico, para replicar entre mayo y octubre las incursiones furtivas en aguas cercanas a las islas Galápagos (Ecuador), depredando esta vez, los grande bancos de calamar gigante.
En estos días, la prensa ecuatoriana alertó sobre la situación y la falta de controles. Se conoció a través de informes que al menos dos barcos chinos con antecedentes de maniobras ilegales en Argentina, pescan a destajo al borde de la plataforma de Ecuador.
En esta zona, los buques abastecedores de combustibles y los reefers depositarios de la pesca, así como los puertos donde se recibe el producto de la depredación; son por lo general de Panamá.
Daño irreparable
El perjuicio de la fabulosa acción ilegal, que lleva décadas sin solución, es enorme para los países sudamericanos. Principalmente la depredación del recurso, que se hace patente cuando pescadores locales deben adentrarse cada año, más y más hacia aguas profundas para encontrar el recurso.
Existen intenciones de los gobiernos de la región de promover un ente o comisión integrada que efectúe los controles y la vigilancia adecuados para desterrar esta dañina modalidad.
Pero los dilatados tiempos políticos, sumado al actual contexto de pandemia, conspiran contra la búsqueda de un remedio definitivo a un problema poco visibilizado, pero enorme, como los dos océanos mismos.